Recordemos que de las funciones que tiene la microbiota intestinal, una de las más importantes es la maduración y desarrollo del sistema inmune, gracias a la simbiosis que existe entre las diferentes cepas benéficas y patógenas que actúan como reguladoras de funciones metabólicas, nutricionales y de defensa; por lo cual, cambios en la microbiota en donde los agentes patógenos sean más que las cepas benéficas, dan como resultado el desarrollo de obesidad, diabetes, enfermedades gastrointestinales, autoinmunes y hasta crónico degenerativas.
En ese sentido, una dieta -por ejemplo- alta en grasas saturadas, trans, azúcares y harinas refinados, provocan una disminución de cepas benéficas, deteriorando la simbiosis en la microbiota y condicionando a un ambiente inflamatorio, mermando la barrera intestinal y una malabsorción de nutrientes; a esto se le denominó “Dieta obesogénica”. (González G, González T & Padilla, 2017).
En un estudio realizado para comparar el microbioma en pacientes obesos y con peso normal, se demostró que, en el caso del microbioma obeso, existe una proliferación mayor de bacterias patógenas como Campylobacter, Bactroides y Shigella en lugar de cepas como bifidobacterias, bacteroidetes, eubacterium, etc. Lo anterior provoca un aumento en la capacidad para extraer energía proveniente de la dieta y a la vez, disminuye la capacidad para producir hormonas que inhiben el almacenamiento de grasa; mientras que, por otro lado, dicho aumento de patógenos, aumentan la degradación de azúcares que son absorbidos aportando calorías extras y sintetizando lípidos para almacenarse como triglicéridos en el hígado y tejido adiposo (Gonzáles et al. 2017).
Es decir, es un círculo vicioso, porque mientras seguimos alimentándonos mal, la microbiota intestinal va modificando la forma en la metabolización de los nutrientes, provocando un aumento en el tejido adiposo, generando un desequilibrio en la regulación de las funciones endocrinas, hormonales e inmunológicas y las conexiones neuronales que regulan el sistema de hambre-saciedad, generando un efecto cíclico en la obesidad: a mayor desregulación, mayor adiposidad.
Debemos de entender que la obesidad es una enfermedad, no es sólo cuestión de estética, y por lo tanto se debe de tratar de manera integral. El consumo de probióticos y prebióticos ayudan a contrarrestar este efecto, provocando una estimulación de la respuesta inmune, reducción de la inflamación y combatir la obesidad. Sin embargo, para el caso de la obesidad, las cepas que han demostrado tener un efecto eficaz en dicha condición son los Lactobacillus gasseri, rhamnosus, paracasei e ingluviei; así como bifidobacterium lactis (González et al. 2017).
Referencias:
González-Gallegos, N. González-Torres, Y. & Padilla, L. (2017) Microbiota intestinal, sobrepeso y obesidad. Revista de Salud Pública y Nutrición16(3):23-28. Recuperado de:
http://respyn.uanl.mx/index.php/respyn/article/view/324/307
Cásares, G. (n.d.) Microbiota y Obesidad. Universidad Complutense de Madrid. (Tesis). Recuperada de
http://147.96.70.122/Web/TFG/TFG/Memoria/GUADALUPE%20CASARES%20REVUELTA.pdf
Icaza, M. (2013) Microbiota intestinal en la salud y enfermedad. Revista de Gastroenterología. Recuperado de:
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