En la historia desde la revolución industrial, tenemos varios ejemplos en que pequeños cambios o descubrimientos pueden llegar a tener un impacto inimaginable en la civilización. Uno de estos pequeños hitos es el surgimiento de los artículos desechables:

A principios del siglo XX existió un caballero llamado King Camp Gillette, que notó cómo su piel se irritaba cuando su navaja de afeitar perdía el filo tras algunos usos. Eso le obligaba a desmontar la cuchilla, afilarla y volverla a armar. Ante esta incomodidad, y siendo vendedor, se le ocurrió una idea “genial”: crear una cuchilla que pudiera descartarse al perder su filo y ser reemplazada por una nueva, lista para volver a dejar una afeitada al ras.

Parecía una solución efectiva, segura, cómoda y lo mejor: altamente lucrativa. Un producto de consumo masivo que tuviera que abastecerse continuamente, aseguraría un negocio por décadas o siglos. Y en efecto, llevamos más de un siglo utilizando este práctico invento.

¿Qué vendría después? El surgimiento de una explosión de artículos de consumo que pueden ser reemplazados periódicamente para simplificar la vida del ser humano. Son innegables los beneficios y la comodidad que aportan en muchos casos: rapidez, practicidad, “higiene”, “seguridad”, entre otros.

Sin embargo, hay grandes efectos colaterales. Algunos son visibles, como el aumento de la contaminación ambiental, al no ser reciclables muchos de los artículos o porque no se tiene el hábito de reutilizar/reciclar; contaminación de alimentos con sustancias tóxicas a nivel celular, transferidos de los materiales derivados del petróleo (entre otros) a los productos comestibles. Esto se ha extrapolado inclusive al ámbito tecnológico donde se habla de obsolescencia programada, que determina que un dispositivo se vaya desfasando y esté codificado para presentar fallas una vez transcurra un período determinado.

Existen, además, otros efectos que son más sutiles de esta cultura de lo desechable:

– Nos vuelve cómodos, pues preferimos lo fácil, lo rápido y lo que no nos cueste tanto esfuerzo o aquello que no genere compromiso, pues la cultura de lo desechable va, casi siempre, de la mano con la cultura de lo light.  

– Disminuye nuestra capacidad de apreciar las cosas (y a veces hasta los seres vivos) puesto que todo se puede reemplazar o todo tiene repuesto, aunque esta postura, paradójicamente, va amarrada a un mayor apego por los objetos – pensemos en la angustia que a la mayoría de personas nos genera la idea de perder nuestro teléfono móvil, o peor aún, la angustia que nos genera no tener uno más actual, más nuevo, aunque el pasado aún funcione adecuadamente. La cultura de lo desechable nos vuelve susceptibles al materialismo y a la cosificación, puesto que hasta las relaciones humanas pueden ser desechables.

– Se genera una tendencia psicológica a la inmediatez, una sensación de urgencia por tener lo último, lo más moderno, porque las cosas se desfasan tan pronto como sale el siguiente modelo o la siguiente versión.

Pero, ¿qué pretende este artículo? Generar reflexión.

¿Qué tanto nos ha invadido la cultura de lo desechable en nuestras vidas? ¿Qué cosas consideramos sustituibles y qué cosas son invaluables e irremplazables para nosotros? ¿Hemos sido presas inconscientes de los efectos invisibles de la cultura de lo desechable?

Y por último, ¿qué podemos hacer para contrarrestar algunos de los efectos secundarios de la cultura de lo desechable?

Tal vez simplemente es una cuestión de encontrar un balance, de seguir disfrutando de las bondades de algunos artículos desechables, pero también de rescatar el gusto por lo duradero, el espíritu del esfuerzo y la sed de conquistar aquello que nos cuesta, de renovar los compromisos y el honor, el hábito de cuidar y cultivar aquello que no es inmediato, el respeto y admiración por el medio ambiente y la magia de conocer y apreciar a las personas en su unicidad.

Dr. Albert Girón.

Instructor Nueva Acrópolis El Salvador.

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Aclaración: Las opiniones vertidas en este artículo son exclusivas del autor.

 

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